Estuve por motivos de trabajo la semana pasada en EEUU, el día del regreso, en el taxi que me llevaba al aeropuerto, el conductor se preocupó, amablemente, de entablar conversación conmigo. Me contó que era egipcio, que llevaba 18 años viviendo en EEUU, se interesó por mí, de dónde venía, cuál era mi trabajo, yo también le hice mis preguntas, me dijo que había sido profesor de historia en su país, que era de Alejandría, le pregunté por la nueva biblioteca y me respondió que siempre que regresaba de vacaciones iba a visitarla; me contó historias sobre la presencia musulmana en España en el pasado, enumeró palabras españolas y árabes que eran parecidas, que tenían la misma raíz, me indicó que la autopista que habíamos cogido estaba colapsada y me enseñó en el móvil una ruta alternativa (en color verde frente a la autopista en la que estábamos que aparecía marcada en rojo) y me propuso tomarla para llegar al aeropuerto antes, me aclaró que no me preocupase, que el precio al aeropuerto era una tarifa fija; cuando llegamos tuve una confusión porque no aparecía el logotipo de Iberia por ningún lado y no sabía si me había equivocado de terminal, se ofreció para conducirme a un punto de información, incluso se bajó conmigo para asegurarse de que la información que me daban era correcta (no estábamos equivocados, el vuelo era de AA pese a que yo lo tenía como IB), nos volvimos a subir al coche y me acercó a la puerta más cercana a los mostradores de facturación, me quiso explicar amablemente cómo funcionaba el pago con tarjeta, me dio la factura, me preguntó si estaba correcta y si necesitaba un duplicado, se bajó del taxi y sacó mi equipaje del maletero, me fue dando las piezas una por una: la maleta, la mochila pequeña, el abrigo, me ofreció la mano para despedirse y me dijo mirándome a los ojos con complicidad mientras nos la estrechábamos: me llamo Omar, y soy musulmán, que tenga buen viaje de regreso a casa, amigo.