El Islam penetró en el África negra a través de las caravanas de camellos que cruzaban el desierto. Los árabes vendían sal y compraban esclavos. Toda la franja del Sahel quedó islamizada, pero no se expandió hasta la costa atlántica, que siguió siendo en su mayoría animista, hasta que llegaron los colonizadores e introdujeron el cristianismo. Cuando se abolió el comercio de esclavos la principal riqueza de África pasó a ser sus materias primas, los europeos entraron por diferentes puertos del golfo de Guinea, se repartieron los territorios y construyeron carreteras desde la costa animista hacia el interior musulmán (que es donde se producían las materias primas) para poder sacar por barco la mercancía cultivada en el interior. Por eso los países de la zona son estrechos y alargados, interesaba más la expansión vertical que la horizontal (Kuma, de Ferrán Iniesta, ed. Bellaterra): Costa de Marfil, francés. Ghana, inglés. Togo, alemán. Benin, francés. Nigeria, inglés. Camerún, alemán. La frontera la marcaba la nacionalidad europea invasora que además, absorbieron en sus nuevos países etnias que podían ser amigas o no, territorios y tribus africanos unificados antes de la llegada de los europeos fueron separados por fronteras artificiales. El escritor marfileño, Ahmadou Kourouma lo muestra perfectamente en su fantástica novela Los soles de las independencias, donde un rey de la etnia malinké debe pasar controles fronterizos impuestos por los europeos para moverse en su propio territorio. Cuando llegó el teórico fin de la colonización, los europeos posicionaron como líderes en cada país a africanos europeizados, y les dijeron: ahora organizaros como en Europa, cread estados nación. Y claro, misión casi imposible, era peor el remedio que la enfermedad, casi como rehabilitar un edificio antiguo, a veces es mejor tirar todo y construir de nuevo que parchear sobre lo dañado.
La principal consecuencia de todo esto es la falta de sentimiento nacional en los jóvenes países africanos. Históricamente las poblaciones africanas han estado organizadas frente al concepto de tribu, no frente al concepto de estados nación impuesto por los europeos. Cuando una tribu, una familia, una colectividad (la unidad social en África es el grupo, no el individuo, que no tiene valor en sí) alcanza el poder en unas elecciones, su principal misión será distribuir a los miembros de su colectividad, y no tanto trabajar por todos los habitantes de esos países artificialmente creados. En la pasada edición del Salón Internacional del Libro Africano en Tenerife le pregunté a Diego Gómez Pickering sobre el capítulo de su libro Los jueves en Nairobi que hablaba sobre los incidentes ocurridos en las últimas elecciones en Kenia: ¿Un miembro de la etnia luo puede votar a un candidato de la etnia kiyuku? Su respuesta fue: puede hacerlo, pero nunca lo hará. Estar en la oposición no tiene sentido en África, el que pierda unas elecciones no tendrá la capacidad para cumplir con los suyos y poder redistribuir entre ellos, y por ello querrá agarrase al poder sea como fuere. La africanización de la política, cómo las poblaciones africanas adaptaron a su cultura un sistema impuesto (África Camina, de Chabal y Daloz, ed. Bellaterra).
Todo esto está muy relacionado con lo que está ocurriendo en Costa de Marfil en la actualidad, un país formado por más de 60 etnias (y 60 lenguas). De una manera muy simplificada podemos decir que son los senufo y los mande (entre ellos los malinké y los diula) en el norte. Los kru (entre ellos los beté) en el oeste. Y los akan en el centro sur. Además de un porcentaje altísimo (25%) de inmigrantes procedentes de otros países (y etnias) que llegaron a Costa de Marfil atraídos por las explotaciones de cacao (y por las palabras de Houphouëte Boigny -el primer presidente tras la independencia- que proclamó que la tierra marfileña era de quien la trabajase). Para añadir complejidad a esta composición étnica, el norte es musulmán y el sur cristiano.
Lo cierto es que todas estas etnias vivieron en una moderada armonía durante los treinta años de presidencia de Houphouëte Boigny, bajo un sistema de partido único y durante los cuales el país alcanzó importantes cotas de crecimiento. Todos los conflictos comenzaron cuando se permitió el multipartidismo, en donde se empezó a identificar partido con etnia (y religión). En este proceso se proclamó el concepto de «marfilidad», consecuencia de la gran cantidad de extranjeros existentes en el país, era un intento de definir quiénes eran realmente marfileños y quiénes no (y de definir la propiedad de la tierra: de los inmigrantes que se asentaron a trabajarla o de los locales). Los dos candidatos enfrentados desde las elecciones del pasado mes de noviembre, Alassane Ouattara, de la tribu dioula, es el candidato del norte musulmán, y Laurent Gbagbo, de la tribu beté, es el candidato de los cristianos del sur. Este conflicto entre ambos data desde 1993, fecha de la muerte de Houphouëte Boigny. En las elecciones de 2000 que provocaron la guerra civil en 2002, el acuerdo de pacificación que se optó fue similar a lo que suele ocurrir en muchos casos parecidos en África: propiciar un reparto de poder para contentar a todos (en las últimas elecciones de Kenia y Zimbabwe ocurrió lo mismo cuando tras los resultados electorales que proclamaban ganadores y perdedores estallaron las revueltas, y la solución fue repartir el poder —y por tanto la capacidad de los candidatos para redistribuir entre sus allegados—). En Costa de Marfil, tras los problemas ocurridos en el 2002, Gbagbo ofreció el puesto de primer ministro a Guillaume Soro, de la etnia malinké, líder de las fuerzas del norte y hombre fuerte de Ouattara.
Los tiempos poco a poco van cambiando, hay países africanos que empiezan a consolidar su democracia (Cabo Verde, Ghana entre otros). Cada vez la individualidad está adquiriendo más auge en las capitales africanas, la tasa de crecimiento del PIB del continente es superior al 5% anual. Pero lo cierto es que el modelo occidental de estado nación no se adapta a la mayoría de los países africanos. Pero los cimientos de la historia pesan más sobre el pragmatismo, y hoy en día África y los africanos lo que necesitan es encontrar soluciones pragmáticas que se adapten a sus realidades. En Costa de Marfil no las está encontrando.
Quien lea las novelas de García Márquez, de Juan Gabriel Vásquez o de Vargas Llosa puede conocer las dificultades que tuvieron los nuevos países latinoamericanos, las múltiples batallas que se produjeron desde la salida de los colonizadores españoles hasta ir consolidando sus estados (y sus economías). El año pasado los países latinoamericanos cumplían doscientos años de independencia. Quien lea las novelas de Alfonso García Ramos, de Rafael Arozarena y de otros escritores canarios también podrá apreciar la pobreza extrema en la que vivía Canarias hace cincuenta años. Los países africanos cumplieron el año pasado tan sólo cincuenta años desde sus independencias. Dentro de otros cincuenta, cuando tengan cien años de independencia, Canarias seguirá situada a cien kilómetros de sus costas.
Foto: Abidjan, principal ciudad de Costa de Marfil
Mi querido amigo Pablo Martín Carbajal, te felicito y decirte que has elaborado un trabajo muy interesante. Precisamente estoy leyendo “Gaborio. Artes de releer a Gabriel García Márquez” de JulioOrtega, de la Ed. Alcalá. Se trata de un libro en el que se recogen diferentes textos, escritos por diversos autores, sobre la obra de García Márquez. Si nos damos un paseo por muchos países africanos, como bien dices, son una ventana abierta a un tiempo que se paró hace muchos años. Me vienen a la mente las calles de tierra en las que jugaba en mi niñez, la ausencia en algunos hogares de cuarto de baño, el lavarse en una palangana, los animales junto a las casas y sueltos, el olor a estiércol en determinados lugares, el cocinar con leña y el inolvidable aroma de aquellos guisos de la abuela… y es que al fin y al cabo estamos en África y no en Europa. Nuestra lengua amazigh se perdió por la no práctica impuesta por el considerado señor y de mantenernos a la escucha y en silencio, en ese segundo plano que imponía el que ostentaba el poder o en el castigo físico que se aplicaba si nos comunicábamos en una lengua ininteligible para la clase dirigente. Recibe un fortísimo abrazo.
Sí, pero en Costa de Marfil sí hay un sentimiento nacional fuerte. Por lo menos, en parte de ella. Algo que trasciende etnias y religiones y se refleja en la bandera y el escudo, la música, la reacción antiOuattara y el fútbol, entre otras cosas. Y también existe una defensa de las fronteras impuestas arbitrariamente por Occidente, como lo demuestra la reacción contra la querencia de Burkina Faso de unirse a Costa de Marfil y convertirse otra vez en un Volta unido.
Una realidad muy simple que después de cientos de años de ir descolonizando países, Occidente se niega a admitir. Sigue mandando el capital y los intereses geoestratégicos. De pequeño me llamaba la atención las líneas rectas que dividían muchos países en los mapas del colegio. Tiempo después y sin mucha información disponible fue uno comprendiendo que aquellas fronteras eran irreales, y resultaba curioso consultar en las enciclopedias la infinidad de etnias como las que nombras en tu artículo que quedaban atrapadas en mundos imaginarios. Algo se avanza en el conocimiento de la realidad africana, y también de oriente medio, pero demasiado despacio para quienes la padecen.