La contradicción constante entre la libertad y la seguridad, aunque él supiera que había pocos monstruos que justificaran el miedo que teníamos. Un escritor se marcha una temporada a una isla, a encerrarse a escribir en una casa frente al mar, su chica queda en Madrid, donde el escritor pretende dejar también su seguridad, el cariño, la comprensión, frente a, quizás, la violencia de la aventura. La isla tiene su magnetismo, sus erupciones, señales que van apareciendo poco a poco frente al protagonista: un vecino agreste, una mujer con las axilas sin depilar, un buscador de metales en la playa, una patrulla de la guardia civil, una sigilosa pantera que merodea la casa por las noches. Cada mañana el escritor se zambulle desnudo en el agua fría tirándose desde un malecón, los cubos de piedra que lo forman están pintados de caras extrañas. La narración avanza firme, poderosa, perturbadoramente descriptiva, los diálogos se impregnan del magnetismo de la isla. La libertad es cometer errores, la única manera de crecer, no hay verdad en la vida acomodada, y la belleza no solamente está en el bien, en lo bueno. Una tormenta, más bien un ciclón se acerca, va golpeando a bandazos ventanas y postigos, ¿Qué decisiones irá tomando el protagonista? Un brindis por los actos irreflexivos, por las decisiones equivocadas. Y por encima de todo, la vanidad y el egoísmo, desear el amor que su destino impide, la contradicción constante, el cinismo del escritor que todo lo devora, estar solo, sin vínculos, sin obligaciones, sin identidad pública, aislado en una casa de paja que el soplo de la ansiedad podría derribar. No sé si Índigo mar es la mejor novela de Ignacio del Valle, pero a mí es, evidentemente, la que más me ha gustado.
Índigo Mar, en editorial Pez de plata, portada e ilustraciones del interior de Miguel Navia.
Foto: Presentación de Indigo Mar, en el festival literario Tenerife Noir (marzo 2017), con Ignacio del Valle.