Búsqueda, McCarthy.

hermososcaballos«Para mí el mundo siempre ha sido un teatro de títeres. Pero cuando uno mira tras el telón y sigue los hilos hacia arriba, ve que terminan en las manos de otros títeres, también ellos colgados de sus propios hilos, y así sucesivamente». Esta frase se la dice la tía de Alejandra a John Grady, el poderoso personaje que Cormac McCarthy crea en su extraordinaria novela Todos los hermosos caballos. Probablemente el adolescente John Grady no huyó en 1949 montando su caballo Redbo de su Texas natal hacia México como resultado de una reflexión sobre esa frase —fue el desarraigo familiar lo que le llevó a huir, a buscar—, pero de todas todas, en esa huída, en esa atrayente personalidad que va mostrando y creando día a día en su búsqueda, no hay un paso para atrás, John Grady nunca aceptará convertirse en un títere de nada ni de nadie.

La magia de las novelas es que cada lector pueda hacerla suya, que muchos nos identifiquemos o nos queramos identificar con John Grady, un tipo —porque John Grady es un tipo y no un adolescente pese a sus dieciséis años— capaz de iniciar una búsqueda que a algún sitio habrá de llevarle sin tener en ningún momento remordimiento por lo que deja atrás. Claro, John Grady no deja nada atrás, y eso es precisamente lo que no le hace sentirse contradictorio, como puede que nos sintamos muchos de nosotros, queriendo ser John Grady, pero sin atrevernos a dar el siguiente paso por miedo a lo que podamos perder, sin arriesgar a que lo que pudiera venir (expresión escrita en futuro condicional)  pueda ser mejor que el presente que ya tenemos.

La tía de Alejandra —la tía de la joven hacendada mexicana de la que Grady se enamora—, sentencia con una frase el sentido de esta novela: «sólo sé que si no aprende a valorar lo verdadero de lo útil no importaría mucho que viva o no». Y el lector, subyugado por la magia de la novela que ha hecho suya, se pregunta, ¿acaso he aprendido yo a valorar eso?

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