Ahmadou Hampâté Bâ: El niño Fulbé (el niño peul)
Hace unos meses, en un viaje a Bruselas, aproveché una tarde para ir a visitar el Museo Real de África Central de Tervuren, un museo viejo y anticuado que los belgas están intentando modernizar sin mucho éxito. Entre sus atracciones más actuales se exhibía un pequeño video que recreaba el encuentro entre Stanley y Livingstone. Stanley entraba a una aldea africana y era guiado a la cabaña de Livingstone por un revuelo de indígenas semidesnudos, portando lanzas, con el cuerpo pintado, que se agolpaban curiosos, como si fueran una manada de cebras, a contemplar al famoso y narrado encuentro entre los dos exploradores. Pero no fue la célebre frase lo que me llamó la atención, Dr. Livingstone, I presume, sino cual era mi imaginario sobre aquellas poblaciones negras que siempre nos han mostrado las películas en blanco y negro rodadas en África: los negros que se agolpan en manadas en las aldeas de chozas, los negros porteadores en las expediciones de los blancos, los negros que salían tras Tarzán montado en un elefante, esos negros que formaban parte del decorado de las películas como si fueran uno más de los grupos de animales que poblaban la sabana; sin mostrarnos nunca nada sobre ellos mismos, sobre sus pensamientos, su organización social o forma de vida. Ése era el lugar que ocupaban los negros en mi imaginario al ver aquellas películas, un elemento más sobre el paisaje africano como lo podrían ser una manada de cebras o de ñus.
Bueno, pues nada mejor para romper ese imaginario que leer Amkullel, el niño fulbé (Amkuller, l’enfant peul -en su título original-) las fantásticas memorias de la niñez y la primera juventud del escritor maliense Ahmadou Hampâté Bâ (1900-1991) publicadas por ediciones El cobre y Casa África. No voy a resaltar en esta breve reseña la humanidad y los valores de las sociedades africanas que con gran acierto describe el periodista Juan Carlos Acosta en su artículo sobre esta misma obra, sino que me centraré en algo que me ha llamado la atención y que viene de maravilla para romper ese imaginario que todavía persiste sobre aquellos negros africanos.
Si eliminamos todo lo material, es decir, si eliminamos las armas, las carreteras, los barcos, los coches, la ropa, los cubiertos, el telégrafo; si eliminamos todo eso y queda solamente el ser humano, nos damos cuenta de que esos negros que en las películas nos han mostrado como manadas de ñus no eran tan diferentes a nosotros. Esa es la conclusión que extraigo tras leer la juventud en las primeras décadas del siglo XX de Ahmadou Hampâté Bâ. Sociedades africanas basadas en la familia, con padres, madres, tíos, sobrinos. Niños que iban al colegio, que se levantaban a una hora para llegar puntual a clase, que volvían a casa para comer y regresaban después por la tarde. Niños que pedían permiso a los padres para quedarse a dormir en casa de un amigo, o que se fugaban de clase y se dedicaban a hacer travesuras a escondidas para que no les echaran la bronca. Familias que se reunían a la hora de comer, madres que también daban un grito para decir que la comida estaba lista, padres que enseñaban a los niños los modales en las comidas. Familias que se desplazaban de un sitio a otro por asuntos de trabajo, o por asuntos familiares, que utilizaban el transporte -las piraguas en el Níger- para ir de un lado a otro, sabiendo de donde salían las piraguas, los horarios, los precios. Jóvenes que se organizaban en asociaciones vecinales, que mantenían su rivalidad con asociaciones de otros barrios, que cortejaban a las chicas durante las fiestas … Si quitamos lo material, si quitamos las calles, el alumbrado público, los barcos de vapor, y dejamos sólo al ser humano, resulta que esos negros en manada que nos mostraban las películas no eran tan distintos… Eran simplemente seres humanos al igual que nosotros.
Fantástico por tanto Ahmadou Hampâté Bâ (y su lección de humanidad y tolerancia), fantástica por tanto la literatura como forma de conocernos.
Cuando has mencionado las películas de Tarzán me he acordado del porteador que se caía por el precipicio con un grito de terror mientras los blancos miraban abajo y se lamentaban porque habían perdido los rifles. A otro de los porteadores se lo comía siempre un cocodrilo. Y los blancos ni se inmutaban. Sólo había escenas de lágrimas y tristeza cuando uno de los blancos de la expedición resultaba herido o muerto. Ya ves cómo nos tragábamos la idea de que los negros no eran iguales que nosotros, sólo fauna local, en el cine de las 4. Y yo vi todas las de tarzán y me supongo que tú también. Eso sucedía en los setenta pero aun sigue sucediendo.Hace unos diez años, en una fiesta al borde de una piscina, en la Matanza, oí contar a un sudafricano (blanco), cómo se había encontrado en mitad de la sabana a dos sudafricanos (negros), uno de ellos moribundo. El blanco paró el jeep y les preguntó a dónde iban y ellos le dijeron que a un poblado que estaba a unos kilómetros. Entonces el blanco les ofreció agua y continuó su safari. Explicó, al borde de la piscina, cuando uno de los invitados le preguntó que porqué no los había llevado en su jeep hasta el poblado, que él no se inmiscuía en la vida ni en las costumbres locales. Vamos, que aquellos sudafricanos (negros) eran parte del paisaje, fauna local. Pasan los años pero las mismas ideas siguen ahí.
Efectivamente Cuchi, es así, todavía a veces vas a África y te sorprende las actitudes y comentarios de muchos blancos. Respecto al negro portador que cae de un precipico, cierto, cuando escribí el artículo yo tenía también esa imagen en la mente, del que se caía con el fardo enorme en la cabeza dando un grito que se perdía según iba cayendo, los blancos actores y protagonistas miraban hacia abajo preocupados por el fardo perdido… y seguían adelante.
Bravoo Pablo una vez más te pones abogado de la humanidad! Siendo un joven peul, soy consciente y vivo de manera cotidiana la situación tratada en este libro. Esperemos algun día que nos escribas un libro titulado “tú eres negro dorado” ya que hemos leido “tú eres azul cobalto” Lo que hace la belleza de una alfombra es la veriedad de sus colores. dijo Hampate Ba. Muchas gracias por esta reseña
Mi enhorabuena, como siempre mereces, mi querido amigo por este artículo que simplemente corrobora lo que es algo lógico, a pesar de que la civilización del mal llamado primer mundo, debido a su erróneo planteamiento etnocentrico, crea que todo aquello que acontece más allá de su propia visión cultural sea considerado inferior cuando es simplemente diferente y en este caso, como bien transmites, se trata de actuaciones cotidianas semejantes porque todos, sin excepción, somos humanos, con unas características muy parecidas. Aprovechar el comentario anterior de Montse para recomendar a Jean Marie Gustave Le Clézio, escritor francés, galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2008 por su interesante obra que refleja la riqueza que supone la interculturalidad. Sobre mi mesa de noche está por terminar, su segunda lectura, El pez dorado, de este autor. No podemos olvidar que todo comenzó en África y de ahí, a base de los movimientos migratorios, el hombre se fue haciendo a otros entornos por lo que todos somos, de alguna manera y sin ninguna duda, algo negros. Un fortísimo abrazo y muchísimas gracias.
Le Clezio se puso en la piel de un africano…hasta tal punto que empieza diciendo algo así como ….soy negro….en este sentido poético de la vida todos somos negros…sin embargo, la pesadilla del capitalismo salvaje y del racionalismo occidental…es el modelo que usamos para África…lo siento, frente a una imposible elección…soy negro..perdón,…negra
Muy lindo, infelizmente muchos medios de comunicación ayudan a reforzar los pre conceptos. necesitamos conocer más África.
Muy bueno, Pablo. Haz dado en el clavo. Gracias por tu mención a mi artículo