(Hoy que toca hablar de Cuba, reproduzo este artículo que escribí en 2008 y que considero aún vigente)
Cuando tenía veinticinco años entré a trabajar de becario en la Dirección General de Desarrollo de la Comisión Europea en Bruselas, yo venía de viajar cuatro meses en solitario por el sudeste asiático y toda aquella parafernalia de los becario, los encuentros en el pub por las tardes, las continuas fiestas, las borracheras de lenguas, aquel ferviente sentimiento europeísta, me traía un poco sin cuidado. Así que, en la obligatoria necesidad del ser humano de relacionarse con alguien, me hice amigo de un grupito al margen, un chico de Barcelona, otro de Avilés y una chica de Vitoria (qué manía los españoles de vivir fuera y hacer grupito con los españoles), con los que quedaba los fines de semana para ir a tomar algo, echarnos nuestras risas, y revisar la agenda de los próximos eventos político-culturales a los que podríamos acudir en la dinámica y viva ciudad de Bruselas. Así nos reuníamos tanto para asistir a una retrospectiva de Woody Allen, como para una charla del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, o para acudir a una manifestación en contra del bloqueo a Cuba. Recuerdo perfectamente aquella tarde frente a la Embajada de los EEUU, nos congregamos unos veinte camiones de policía y no más de quince manifestantes, una panda de amiguetes latinoamericanos semi-exiliados y nosotros, gritando con convicción consignas frente al imperialismo… Por aquel entonces mi sueño era ir a vivir a Cuba (en mi imaginario la igualdad, la educación, la sanidad), y cuando una ONG de Gran Canaria contactó conmigo para confirmarme que era la persona seleccionada para acudir de cooperante a la isla (concretamente a la comunidad de La Panchita en Santa Clara) no puede sino sentir una inmensa alegría, una inmensa alegría muy muy grande (y no me importó incluso, que ese mismo día, el coche se me lo llevara la grúa).
Finalmente aquello se truncó porque a los cubanos les dio por derribar unas avionetas de sus compadres de Miami y la UE decidió suspender toda su ayuda a Cuba, entre ellas, la financiación de mi proyecto de la Panchita también derribada, como mis ilusiones rojas, estrelladas contra el mar que separa la isla de la península de La Florida.
Pero la cosa no quedó ahí, tres años más tarde decidí que mi primer destino vacacional financiado por un salario fijo fuese Cuba, para poder recuperar, aunque fuera durante tres semanas, aquellas ilusiones perdidas… Y hoy me acabo de terminar de leer «El lado frío de la almohada» de Belén Gopegui, el lado frío de la almohada es el lugar que se busca en la almohada cuando aquel en el que se soñaba se hunde y se calienta, los sueños que se hunden y se calientan y por tanto uno busca el otro lado, en el que se encuentran los sueños incumplidos…
Un grupo de creyentes cubanos algo desencantados con la última evolución del régimen planean dar un golpe de efecto que invite a la reflexión sobre los valores de la revolución perdidos, para ello, Laura Bahía —mujer de 28 años, los suficientes para que su sentimiento revolucionario vaya más allá de la mera rebeldía de la juventud—, trama con los responsables de la Embajada de EEUU en España, a los que pretende utilizar para la consecución de sus fines. Su contacto en la Embajada es el norteamericano cincuentón Philip Hull: irremediablemente ambos se enamoran. No es sólo la novela una disyuntiva entre el amor convergente y las creencias divergentes de los enamorados, sino que plantea una serie de dudas sobre las consecuencias de los cambios aperturistas cubanos que coinciden muy mucho con la reflexión tras la que, apesadumbrado, decidí regresar una semana antes de lo previsto de aquel viaje del verano del 99.
Sí, estoy de acuerdo, todo empezó con los dólares (con las fulas en la terminología local), cuando se admitieron los dólares en la isla, entonces se partió la revolución en dos, un Gobierno que paga salarios en peso cubano y vende en sus tiendas oficiales productos en dólares a un precio diez veces superior que cualquiera de sus salarios. Esa es la clave—dice Laura Bahía— para que el dinero ya no dependa de la necesidad o del trabajo, sino de la astucia. ¿Y dónde están los dólares? —digo yo—, en los turistas (los yumas), ¿y dónde está la astucia?, en los simpáticos cubanos. Entonces lo que sucede es el engaño, el simpático y agradable (y necesitado y desesperado) cubano que se acerca al yuma para sacarle las fulas, ese es el juego. Si te gusta jugar a ese juego, vete a Cuba, lo pasarás bien; si en cambio no te seduce la idea de que las relaciones entre las personas no sean espontáneas, entonces puede que te pase como a mí, que me fui por tres semanas y sólo aguanté dos.
Claro que no todos los cubanos son así, claro que hay zonas más turísticas y zonas más auténticas, pero aparte de la relación entre las personas también estaba lo otro: el engaño constante al sistema (un sistema que prohibía la iniciativa privada). Te quedabas a dormir en casas particulares a escondidas, alquilabas coches privados a escondidas, compartías pescado de exportación con los cubanos a escondidas mientras las cartillas de racionamiento apenas daban para unos cuantos frijoles. “Cómo saltan, cómo se nota que comen carne” -nos decían unos chicos con los que jugamos un partido de baloncesto-, una vez terminamos nos dijeron que por matar una vaca del Estado (esas que observaban pastar apaciblemente por los prados) ibas a prisión catorce años. Una pena, sí, una verdadera pena, “yo quiero vivir en Cuba –dijo Laura-, en el único país que conozco que no ha aceptado la ley del sálvese quien pueda“.
Hace años que decidí no hablar de mi viaje a Cuba porque al final lo único que conseguía era que muchos me mirasen como si fuera un bicho raro (¿no te lo pasaste bien? -me preguntaban boquiabiertos los testosteronados). Entonces decidí olvidarme de Cuba, reconozco incluso que me hizo gracia de entrada escuchar un chiste de una película cubana en la que una señora protagonista decía que «tener una mulatita hoy en día es tremendo negocio», aunque después decidí que no, que no tenía ni pizca. Hoy Belén Gopegui me ha obligado a recordar todo aquello, y ahora de repente me han dado ganas de volver, a comprobar que es lo que ha pasado en los últimos diez años… (o mejor no, mejor me quedo en casita, mucho más tranquilo).
pd: las fotos son de aquel viaje. Pinchando sobre ellas se hacen más grandes.