Termino, con Guerra en el club de la miseria (la democracia en lugares peligrosos), publicado en 2009, de leer y reseñar la interesante trilogía de Paul Collier, director del Centro de Estudios Económicos de la Universidad de Oxford, que ha sido publicada en español por la estupenda editorial Turner. El primero de ellos, El club de la miseria (2007), en donde trata los Estados fallidos. El segundo, éste, sobre el funcionamiento de la democracia en esos Estados. Y el tercero, Éxodo (2013), sobre la emigración de los países empobrecidos y su interacción con el mundo desarrollado.
Guerra en el club de la miseria se basa en la siguiente conclusión: “la repentina transferencia de soberanía desde los imperios coloniales a Estados minúsculos heterogéneos, aun siendo reflejo de un objetivo loable, resultó una estrategia equivocada. El mundo se equivocó al pretender crear nuevos Estados en África de un día para otro, cuando la historia demostraba que la constitución de los actuales Estados del mundo desarrollado había sido un proceso de siglos”.
Ello, lo fundamenta el autor, en la diversidad étnica de su población. Una sociedad puede funcionar perfectamente bien aunque sus ciudadanos ostentes múltiples nacionalidades (la diversidad amplía la gama de conocimientos, aumenta la productividad) el problema es cuando esas identidades étnicas y subnacionales suscitan lealtades a su etnia que anulan la lealtad al conjunto de la nación (los miembros en el poder de un grupo benefician a los miembros de su grupo por encima de a los otros. A mayor diversidad étnica, peores servicios públicos, hay menor nivel de confianza en el otro, la gente está menos dispuesta a pagar impuestos cuando sabe que puede que beneficie a otros). La identidad es el fundamento de la mayoría de los votos en el club de la miseria, pocos votos dependen de si la gestión ha sido buena o mala, sino que son cautivos de sus identidades.
Estas son las razones por las que la democracia no ha funcionado en estos tipos de países –junto con el sentimiento de colectividad de las sociedades africanas, la obligación moral de compartir entre los suyos-. La democracia, lejos de reducir la violencia política, la ha potenciado. La verdadera democracia no consiste únicamente en celebrar elecciones, sino también en imponer reglas que determinen su correcto desarrollo, una verdadera democracia también cuenta con frenos y contrapesos que limitan el poder el Gobierno una vez elegido. No ha habido en los países del club de la miseria un aumento de la democracia, sino un aumento de las elecciones. Y eso no es suficiente.
Collier dice que si la democracia no funciona en estos países, tampoco las autocracias, las experiencias han demostrado que éstas son nefastas, y que la solución pasa porque surjan buenos líderes, como Mandela (mi admirado Mandela) en Suráfrica, como Nyerere en Tanzania. Antes de construir el Estado hay que construir la nación, para eso se precisan líderes capaces de construir esa identidad nacional (según un Afrobarómetro, ante la pregunta “a qué grupo específico pertenece en primer lugar y ante todo”, en Tanzania solo el 3% se identificó con una etiqueta étnica o lingüística, el resto se consideró tanzanos). Los Estados no se basan exclusivamente en intereses comunes, sino también en una identidad común.
La comunidad internacional debe proveer a los países del club de la miseria de la responsabilidad (cómo pueden obtener el poder, cómo usarlo para gastar el dinero público), y de la seguridad, los bienes públicos fundamentales, porque, argumenta el autor, un mundo cada vez más interconectado, es también cada vez más vulnerable a las bolsas de miseria.
Dice Collier que la última vez que una zona segura y próspera se tomó verdaderamente en serio la inseguridad de una región que no podía depender de sí misma fue en 1940. EEUU creó la OTAN, fundó las NNUU, el FMI, la OCDE, el plan Marshall y el Banco Internacional para la Recontrucción y Fomento. La empresa dio resultado, Europa es hoy su principal socio comercial y el peligro de la Unión Soviética desapareció.
El reto de nuestra generación, ¿Es mayor o menor que aquel? –se pregunta el autor…