
Y después, al igual que cada novela pertenece a cada lector, cada uno lleva las cosas a su terreno, no voy a hablar de lo que podrían aprender de Mandela todos los que están inmersos en conflictos relacionados con el odio al otro (lo cual también sería pertinente y potentísimo), sino que simplificando quizás en exceso, y llevando la grandeza de Mandela a mi día a día, podría resumir mi admiración en una frase tal vez demasiado simple y coloquial: Mandela supo preparar una tarta grande para que cada uno cogiera su pedazo y pudieran comérsela juntos. Éste es un tema que me preocupa (bueno, ya no sé si me preocupa o simplemente lo he acabado por asumir), porque a lo largo de mi vida profesional casi siempre he observado, atónito, justo lo contrario: el miedo, la desconfianza, el egoísmo, la cortedad de miras, la falta de empatía; a tal punto que lo trato con detenimiento en dos de mis novelas. En «La ciudad de las miradas» Fernando intenta por todos los medios esconder su tarta para no compartirla con nadie, en «La felicidad amarga», el joven Rafa no entiende por qué los otros tratan de esconderle la tarta a él. Ello no es sino un reflejo de todos los sitios en los que he trabajado, de todas las instituciones con las que me he relacionado, por lo general ésa es la tónica común. Una vez colgué en Facebook un evocador dibujo que encontré en algún sitio: siete personas surcaban el mar en un barco grande de madera, pero todos, serios, huidizos, miraban para otro lado, y con un serrucho iban cortando la madera del barco grande para desmenuzarlo y fabricarse siete barcos pequeñitos, que habrían de sobrevivir individualmente sobre el oleaje. La ingenuidad ya se acabó, he aprendido que así es la condición humana, que pesa más el miedo y el ombliguismo, y es precisamente por ello por lo que me emociona un personaje como Mandela, sumar y no restar, construir compartiendo, no es fácil, tan extremadamente difícil como empezar poniéndose en el lugar del otro.
Acabé tan impresionado de conocer al detalle la historia de Mandela que compré por Internet unos pin con su rostro. Los llevaré la próxima semana prendidos de mi chaqueta en homenaje a él. Aunque creo que, por la necesidad y la importancia de su legado, debería llevarlos toda la vida.
Pablo: me ha encantado tu articulo, lo veo perfecto y sobre todo me han gustado mucho tus reflexiones, que las encuentro reales como la vida misma. Y me gusto especialmente lo del barco de madera. Eso es para leerselo todos los días a una buena colección de gente.
Ah, y como tu me pondria el pin de Mandela toda la vida en mi solapa
Bárbara, Valeria y yo hemos leído tu comentario sobre Nelson Mandela. Nos ha parecido estupendo. Mandela es una figura única, es un modelo a imitar. Y ahora que tanto político en el mundo llora su muerte, imitarlo sería el mejor homenaje.
Has conseguido expresar maravillosamente lo que muchos sentimos y pensamos.
Gracias, Mandela.
Gracias, Pablo