«Nunca es bueno, Fadel, cuando los ojos de los hombres son testigos de cosas que nunca antes se habían visto», esta frase entresacada de «Los tambores de la memoria» (Gran Premio de las Letras de la República de Senegal en 1990) refleja, quizás, uno de los objetivos del autor al escribir esta novela. Nos situamos en Senegal, un tiempo después de la salida de los franceses, cuando su sociedad ya se ha dado cuenta de que esos sueños de prosperidad tras convertirse en un país independiente no se han cumplido; y tampoco se puede dar marcha atrás, no se puede impedir que hayan llegado unos colonizadores, cuyo paso fue tan destructivo, que tal vez hubiese sido mejor nunca haberlos visto.
Boubacar Boris Diop (Dakar 1946) refleja en su novela el desencanto que muestran muchas novelas africanas de escritores de su generación, una realidad que empieza por un déspota en el poder que ha sido respaldado por Francia y que convierte a su régimen en el más podrido y sanguinario que puede imaginarse, y en donde los oportunistas vinculados al partido único han conseguido vivir en grandes mansiones («porque si quieres ser respetado no te queda más remedio que llenarte los bolsillos») mientras la mayoría del pueblo se muere de hambre.
Esta es la realidad de la que trata de huir un pequeño asentamiento del este del país, Wissombo, separada 40 km de la principal ciudad de la región, Dinkera, ese otro mundo ajeno a los habitantes de Wissombo al que antiguamente había que llegar a pie en dos o tres días a costa de mil peligros. Para los habitantes de Wissombo, Dinkera a tan sólo 40 km, era otro mundo (¿que le vienen a contar entonces de país?, ¿qué concepto es ése?). Y es en Wissombo en donde nació la leyenda de la reina Johanma, «Diosa de la Lluvia, ni muerta ni viva, viva pero invisible, muerta pero visible, que aparecerá un día entre los innumerables días del Tiempo aportando con ella, de nuevo, la Prosperidad y la Justicia para los suyos».
Fadel, el protagonista principal, odia todo lo que su padre representa (Madické Sarr, uno de esos oportunitas vinculados al partido único) y para huir de él abandona Dakar en busca de la reina Johanma, en busca de la liberación de su pueblo y de su propia liberación. A medio camino entre la realidad y la ficción, entre el pasado y el presente, Boris Boubacar Diop nos habla de los temas que marcan y marcaron a toda su generación: El despotismo de los colonizadores, los negros que se sometieron y se humillaron frente a los franceses pero que sin embargo continuaron su obra, la falta de principios de los políticos, la carencia de sentimiento nacional en unas naciones impuestas, las creencias animistas en brujos y hechiceros, la servidumbre de la mujer, el desencanto de los jóvenes, la pobreza y la búsqueda de la justicia, la dignidad y la libertad.
¿Y los jóvenes? Los jóvenes como Fadel y su hermano Badou, los jóvenes que desprecian a sus mayores, «que nos acusáis —dice Madické Sarr— sin imaginar los sufrimientos que hemos soportado, las humillaciones que hemos aceptado por nuestros hijos y por nuestra patria» ¿qué ocurre por tanto con los jóvenes? ¿Cómo podrán reconducir las cosas inevitables que sus ojos ya han visto?
Tres preguntas a Boris Boubacar Diop
- Siempre sorprende a los occidentales la influencia de la brujería, los hechiceros y los griots en la sociedad africana, tanto en las clases más populares, como en muchos de sus dirigentes. En la novela critica abiertamente a estos hechiceros tratándolos de estafadores y oportunistas, pero sin embargo, la leyenda de la reina Johanma, que podría también estar en el ámbito de lo irracional para una mentalidad occidental, cobra mucha fuerza positiva en tu novela ¿Hay o no contradicción en esta doble visión de lo sobrenatural?
Fadel Sarr, el personaje principal de la novela, es un anarquista, un libertario. El profesa un profundo desprecio por todas las convenciones sociales. A sus ojos, su padre es la encarnación de un sistema político opresivo y de prácticas sociales irracionales y completamente absurdas. Fadel y su hermano, Badou, que tiene fuertes convenciones marxistas, representan una nueva generación, más abierta al mundo moderno. Pero hace falta comprender que hay dos niveles de temporalidad en «Los tambores de la memoria». De hecho, todo lo que concierne a la reina Johana se sitúa en los años 30, por tanto en un pasado relativamente lejano. Creé a Johanna a partir de una gran figura de la historia senegalesa, Aline Sitoe Diatta, una celebre resistente a la penetración colonial francesa. En el marco político que le tocó vivir, las prácticas místicas no tenían nada que ver con la vulgar charlatanería. Aquí estamos en el corazón de la espiritualidad de una nación agredida y desestabilizada por los conquistadores extranjeros y la reina Johanna comprende muy rápido que se trata sobre todo de un combate cultural, que contra un enemigo más fuerte militarmente, los mitos generan solidaridad y dan asimismo la fuerza de hacer frente victoriosamente a esa gran prueba. Como diría Cheikh Hamidou Kane (uno de los más reconocidos escritores senegaleses -nota del entrevistador-), la reina Johanna trata de ayudar al pueblo de Wissombo a poner su alma en lugar seguro.
- Me ha parecido curioso que esta novela esté ambientada en Senegal, sobre todo por la insistencia en un régimen, simbolizado por el general Adelezo, déspota sanguinario y podrido. Sin embargo, la imagen del primer presidente senegalés tras la independencia, el intelectual Leopold Sedar Senghor, no coincide precisamente con la del general Adelezo ¿Por qué, por tanto, has ambientado la novela en Senegal?
Es una pregunta extremadamente interesante. Senegal es uno de los raros países africanos en donde jamás ha habido ni dictadura militar ni golpe de estado, y yo, novelista senegalés, invento a un General Adelezo que no tiene nada que ver con mis vivencias políticas reales. ¿Cómo explicar esta paradoja? Debo admitir que escribí esta novela en un periodo de mi vida donde, como muchos de los intelectuales africanos -incluso todavía hoy-, tenía una lectura muy globalizadora de la historia de África. Quiero decir que hablando de un país africano en particular, yo le daba el trato de otros países del continente radicalmente diferentes del país elegido. Sí, tienes razón, es raro meter en el mismo saco a Senghor y a Mobutu. A pesar de las serias críticas que se le pueden hacer al primero, no era un tirano sanguinario a la cabeza de un régimen corrupto. Debo añadir que Senghor no me ha servido de modelo para el personaje del general Adelezo. En cualquier caso, podría ser un error de perspectiva, yo sé que puede ser difícil de comprender desde un continente europeo donde cada país, hasta el más insignificante, es celoso de su singularidad y no asume más que su propia historia. Durante largo tiempo he funcionado bajo este curioso paradigma negando toda identidad a unos países africanos que sin embargo son tan diversos en sí mismos. Los «Tambores de la memoria» es una novela de juventud, representa un periodo de mi recorrido intelectual, si la escribiera hoy, procedería de manera diferente, situándolo fuera de Senegal o describiendo el contexto político con un poco más de precisión.
- En tu libro «África más allá del espejo» empiezas realizando un ensayo sobre Rwanda en donde demuestra la vergonzante complicidad de los franceses con el genocidio de los hutus sobre los tutsi. Después críticas abiertamente a Senghor por su política colaboracionista con los franceses. Y en otro capítulo posterior criticas ferozmente el discurso de Sarkozy en Dakar, un discurso que clasificas de Negrofobico. Sarkozy afirmó en su campaña electoral que Francia no necesita a África, independientemente de lo inadmisible de esa afirmación, ¿y África?, con este pasado Francia-África que reflejas en ambos libros, ¿África necesita a Francia?
Voy a responderte con una pregunta muy simple: ¿No es sorprendente escuchar al presidente de un país tan rico como Francia decir que Francia no necesita a África? Sus palabras son al mismo tiempo una confesión y una mentira: jamás París ha tenido tanta necesidad de los recursos de África (el petróleo de Congo Brazaville y de Gabón, el uranio de Niger, por citar nada más que dos ejemplos). Muchos intelectuales africanos han reaccionado frente al Discurso de Dakar de Sarkozy, pero como podemos ser sospechosos de parcialidad, yo prefiero redirigir a los escépticos al reciente documental de Patrick Benquet, «La Franceafique, 50 años bajo sello secreto», y a la obra «Camerun, una guerra secreta en los orígenes de la france-afrique», de Delthombre, Domergue y Tatsitsa. Sin los recursos y el peso que estos clientes africanos aportan a Francia y a la ONU, Francia seria actualmente una potencia media, menos dotada que Italia y en todo caso muy lejos de Alemania. Todo esto muestra muy bien que la idea de una Francia que se porta generosamente al rescate de los pobres países africanos es una broma de muy mal gusto. Los estados no tienen corazón, funcionan con la cabeza y el sentido común no les lleva de ninguna forma a ocuparse del desarrollo de los otros estados. Esto nunca se ha visto en la historia de la humanidad y un sistema de explotación que se disimula con el velo de la ayuda al desarrollo no es sino un lobo disfrazado de abuelita.
Querido amigo. Siempre que leo una de tus reseñas sobre nuevos libros se me abre el apetito por leerlos. Eso quiere decir que extraes la esencia de las historias que nos comentas, como lo haces también en tus novelas, elevando los aspectos humanos y entrañables de las personas que se cruzan en tu camino real o imaginario. Enhorabuena.
Parece una buena novela aunque, como su autor reconoce, quizás carece de madurez en algunos aspectos.
Es una novela interesante, respecto al tema de la madurez, bueno, el autor dice que es una novela de juventud, pese a obtener el Premio de las letras senegalesas en 1990. Respecto a la cuestión en concreto sobre por qué está ambientada en Senegal pese al personaje del General Adelezo, es una opción de la ficción, y mientras la verosimilitud funcione, no hay ningún problema. La verosimilitud funciona en todo momento en “Los tambores de la memoria”, por lo que mi pregunta no era una crítica, sino simplemente un comentario que creo que Boris Boubacar responde correctamente, sobre cómo era su imaginario africano en esa época. Es una respuesta interesante, sobre la manera de ver África, a veces como un todo, a veces como multirealidades. Los occidentales tendemos a ver a África como un todo, y aunque yo soy consciente de sus multirealidades, muchas veces tiendo a la unificación, al concepto único, y por lo que cuenta el autor, a los propios africanos también les sucede. Lo considero una reflexión muy interesante, y sobre todo un proceso, porque lo que fuimos hace 20 años no es lo que somos ahora…