¡Ay cultura!

LagendaMe costó sumergirme en el concierto del Cigala, antes retazos de Yukali, el país que alguien soñó, un magnífico solo de guitarra, uno de esos que te ponen los pelos de punta, hasta por fin llegar a «Lágrimas negras», sufro la inmensa pena de tu extravío, siento el dolor profundo de tu partida…,  donde la banda al completo (percusión, caja, piano, guitarra, contrabajo y violín), bordó una interpretación extraordinaria que se mantuvo ya hasta el final; salimos del auditorio con una placentera sensación de paz y de alegría, una especie de plenitud capaz de hacer olvidar cualquier anterior estado de ánimo; ¡ay cultura!

Al día siguiente teníamos entradas para el teatro Guimerá, Antonia San Juan estuvo intermitente, con monólogos más pobretones pero también con otros ingeniosos, en los que nos acercaba a personajes de mujeres —algunas solas, otras maltratadas—, con la habilidad para provocar carcajadas a una parte del público, pero también, reflexión, empatía, un necesario entendimiento de otras realidades, de otras vidas; ¡ay cultura!

Quedamos para recorrer Foto Noviembre en La Laguna, tomarnos una caña entre exposición y exposición, y después cenar rematándolo con unas copas, también habíamos visitado días antes las exposiciones de Santa Cruz, acercarnos en la Recova a la curiosa vestimenta de reivindicativos jóvenes urbanos de Sudáfrica; introducirnos en el Cabrera Pinto en las cocinas de distintas familias europeas y ver sus vestimentas, sus muebles, sus expresiones, su economía, sus comidas; observar en la Casa Lercaro con una especie de sorpresa, tal vez de irrespetuosa burla, la decoración barroca de las casas de algunas familias de Rumania, introducirnos en el Ateneo en la preciosa expresión ensimismada de una chica sentada en una silla. No fue la mejor de las Foto Noviembre, pero su visita nos hizo volver a recordar algo que olvidamos a menudo, que el mundo es mucho más amplio que los límites de estas islas; ¡ay cultura!

Eso mismo también lo pudimos comprobar en la presentación del libro de Paloma López Reillo, «Jóvenes de África reinventando su vida» en donde la autora cuenta la experiencia de un grupo de menores inmigrantes que una vez cumplida la mayoría de edad tienen que hacer precisamente lo que dice el título, reinventarse su vida, como si fuesen un lienzo en blanco que ellos mismos tuviesen que dibujar. La cena posterior en la calle de la Noria hablando con los chicos fue una lección de superación, de otras realidades y necesidades, de optimismo; ¡ay cultura!

Ya no nos gusta ir al cine doblado, y afortunadamente el soplo de aire fresco que es el TEA proyecta todos los fines de semana películas en versión original, «Black Heaven» fuimos a ver el sábado, un trepidante thriller francés en el que se combina la vida real con la vida virtual, una virtualidad quizás tan necesaria en la que podemos jugar a ser otras personas, a sentirnos otros; ¡ay cultura!

Y acabamos el domingo en el Teatro Victoria, un curioso teatrito que gracias a su adhesión a una red nacional de teatros  nos permite ser espectadores en primera línea de propuestas sugerentes; esta vez programaban «El teatro no es el territorio», una obra densa e interesante (que es necesario ver varias veces) en donde se disertaba, entre otras cosas, sobre la utilidad del teatro, sobre la utilidad de la cultura, sobre la necesidad de la ficción, sobre la necesidad de acudir a ella para explicar la realidad, o de acudir a ella cuando la realidad no es suficiente, cuando en la realidad no encontramos la respuesta a la pregunta, tan humana, de si esto que vivimos es todo, de si no hay nada más que este insuficiente día a día. Durante la obra el actor principal explicaba una visita por una exposición de robots, de cada uno sus movimientos y sus utilidades, a él el que más le gustaba era uno que estaba en el suelo e intentaba levantarse y se caía, intentaba levantarse y se caía, intentaba levantarse y se caía…; hay cultura, pero también ¡ay cultura!, cuánto te necesitamos…

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