Casa de muñecas, Ibsen (lo que hubiese dado por estar allí)

Casa de muñecas junto a un cuadro del pintor ucraniano Vitalii Koriakin

Lo que hubiese dado por estar allí, es lo primero que he pensado nada más terminar de leer el trepidante final de Casa de muñecas, la obra que Henrik Ibsen estrenó el 21 de diciembre de 1879 en el teatro Real de Copenhague. Sí, lo que hubiese dado por estar allí, en el momento en el que cayó el telón después de las poderosas confesiones que Nora, la protagonista, arroja a su marido a la cara a lo largo del último acto.

¿Cuál fue la reacción del público aquel día?

Dicen que en Alemania tuvieron que cambiar el final de la obra para no herir valores y convenciones sociales de la época.

Me imagino el teatro lleno, los hombres y las mujeres vestidos con sus pomposos trajes decimonónicos, escuchando la diatriba final de la protagonista como si estuviera lanzando puñales a la platea. Cae el telón -leo sobrecogido al terminar la última página, al presenciar el último acto-. ¿Qué sucedió entonces? ¿Silencio, murmullos, silbidos, insultos, aplausos? Quizás un poco de todo eso. Qué placer poder haber estado allí, contemplando aquella reacción en vivo y en directo, un personaje de otra época que viaja en el tiempo para observar con los ojos de hoy los cruciales pasos que nos precedieron, que anduvieron el camino al que nos incorporamos nosotros con las cosas ya (casi) hechas, ese regalo que nos dejaron, esa poderosa herencia.

Ningún logro cayó del cielo: burro el que lo olvide.

Y después pensé  que todos los personajes femeninos de mis novelas provienen de ese momento, de aquella noche de 1879: el renacer de Dori en Tú eres azul cobalto, la lucha constante de María en La ciudad de las miradas, lo que oculta Carmen en La felicidad amarga, la valentía y el arrojo de Mariama en Tal vez Dakar, y la actitud de Cárol y el compromiso de Nawal en mi próxima novela aún no publicada. Sin haber leído a Ibsen hasta hoy, me he dado cuenta de que todas estas mujeres con las que he convivido tantos años provienen de Casa de muñecas, todas provienen de Nora, como provienen de ella millones de mujeres hoy en día, en 2021, ciento cuarenta y dos años después.

Y lo que es aún más increíble: todavía quedan tantos pasos por recorrer, tanto camino que andar… Y si no que se lo pregunten a Chimamanda Ngozi Adichie, todos deberíamos ser feministas, ¿verdad Chimamanda?

-¿Qué descubriste en tus personajes femeninos? -me preguntó un día en una entrevista el periodista y crítico literario Eduardo García Rojas-. Que las mujeres parten con desventaja, que tienen que luchar más que un hombre para que se les reconozca los mismos derechos y logros, fue mi respuesta.

Muchas veces he pensado en reunirlas a todas, a Dori, a María, a Carmen, a Mariama, a Cárol y a Nawal, que se conozcan, y estar atento a lo que fluye de ese encuentro. Creo que se llevarían bien, que tendrían muchas cosas que decirse, a ellas mismas, pero también a todos nosotros… Seguramente sería una conversación que hubiese encantado a Carmen Alborch (qué pena que se marchara tan pronto, todo lo que llegaba de ella era inspirador, de hecho, su valiente ensayo Solas fue clave para retratar al personaje de Maria en la Ciudad de las miradas). Alborch escribió un atinado prólogo en Casa de muñecas: “cualquier persona con unas dosis mínimas de sensibilidad literaria y, al mismo tiempo, preocupada por los problemas de la mujer -o mejor aún, por los problemas del ser humano en el mundo imperfecto y repleto de carencias , injusticias y desigualdades que nos ha tocado vivir- no podrá sustraerse al poderoso influjo, al asombro y a un hondo sentimiento de admiración por esta obra“.

Así que si no la han leído, no se pierdan Casa de muñecas, de Ibsen.

Y en otro lugar en el que me hubiese gustado estar: en el momento en que Edvard Munch realizó este retrato del dramaturgo noruego, en palabras de Alborch: ” el más duro fustigador de los convencionalismos e hipocresías sociales de su época, el adalid de la lucha del individuo contra las gruesas imperfecciones del sistema”.

Ibsen retratado por Munch.

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