Las mujeres siempre parten desde una situación de desventaja. Harriet Burden, artista neoyorquina de los años ochenta, de físico y personalidad provocadora, cansada de que su obra fuese ignorada decidió proceder con un experimento: acordó con tres artistas masculinos exponer su obra como si fuera de ellos, los tres expusieron los trabajos de Burden firmados por ellos mismos. Consiguieron un éxito importante, la atención de la crítica. Lo mismo que había pasado desapercibido expuesto por ella resultaba un éxito expuesto por ellos. Espeluznante. Pero uno de los artistas, tras el éxito, lo niega, y entonces empiezan las batallas de los egos. Esta es la historia que nos cuenta la norteamericana Siri Hustvedt en “El mundo deslumbrante”, una novela compleja (que precisa de una atenta lectura debido a su estructura) y que nos muestra la compleja personalidad de Burden, una personalidad descarada, irreverente, desconcertante, pero que aún así no deja de aceptar algunos condicionantes que le impone el hecho de ser mujer, y el sometimiento (consentido y despreciado) a su marido. Ser comprendida tal como era, deseo de venganza contra los idiotas (que son tantos, ¿verdad?), aislamiento intelectual frente a la incomprensión, ello forjaba el carácter de Burden. Muchas mujeres recibieron un merecido reconocimiento sólo cuando ya habían dejado de ser objetos sexuales deseables. Ella quería volar, y respirar fuego. Sólo le importaban los interrogantes, no las certezas. Detestaba la gente que sólo iba al cine para divertirse. Era complicado ser simpático, la simpatía está sobrevalorada y resulta mucho menos atractiva de lo que suele afirmarse. El mundo del arte se rige por nociones subjetivas y estrechas, nadie puede demostrar que una obra es superior a otra. El arte occidental llegó a su fin en el momento en que Warhol creó una obra que no se diferenciaba de los productos del supermercado. La excitación sexual es algo que no se puede controlar, ¿qué pasaría si yo tuviera unos deseos sexuales que me superasen? ¿Cómo me gustaría que me tratasen? ¿Con maldad o con rechazo? ¿Quién querría ser Penélope? ¿Quién querría esperar? Así era Burden, una mujer poliédrica, compleja y fascinante.