
Fernando Iwasaki
Empecé a leer “España, aparta de mí estos premios” en un avión: no lo recomiendo, al menos si eres alguien que te gusta pasar moderadamente desapercibido. La primera gran carcajada llegó en la página 23, aunque desde la página 17 (que es cuando comienza el primer relato) ya venía sonriendo, una risa contenida que se iba formando poco a poco mientras avanzaba en una lectura aparentemente absurda, pero tan sólo aparentemente… Yo que pensaba que el “Spain is different” estaba en retroceso desde que somos tan para-por-pro europeos…, pero de repente viene un peruano llamado Iwasaki y nos muestra con brillantez que de eso nada: igual ya no somos el país de aquella pandereta que alguien dejó olvidada debajo de un sillón del AVE, pero tenemos otra nueva pandereta, redonda, grande, exacerbada, que mete mucho ruido…, y que se llama nacionalismos.
Hablar de esa pandereta es lo que hace Iwasaki, escribir sobre la España que, según dice en el prólogo, sabe reírse de sí misma. Con este objetivo el autor idea un relato que resulta ganador en distintos concursos de relatos de provincias. El relato es casi el mismo, pero va variando el contenido en función de las bases respectivas, que entre otras, tratan de realzar los logros y los méritos de la mujer catalana, los hechos diferenciales y la riqueza cultural de Euskadi, o el valor gastronómico del langostino de Sanlúcar. Y es en la promoción de lo propio, en la defensa de esos supuestos signos de identidad, en donde estalla lo absurdo, donde estalla la hilaridad (por ejemplo la desternillante coincidencia en Manhattan de la Xunta de Galicia, del Ayuntamiento de Valencia y la Junta de Andalucía para promocionar el Camino de Santiago, las Fallas, y el langostino de Sanlúcar), todo ello acompañado de una fina ironía que se transforma en carcajada contante y sonante, una carcajada que no distingue lugares: un avión abarrotado en el que todos los pasajeros giran la mirada hacia ti mientras intentas contenerte sin conseguirlo, dos puntos, no recomiendo leer a Iwasaki en un avión.
Pero no sólo de los nacionalismos se ríe el hombre, su imaginación y su ingenio van mucho más allá, ahora podría enumerar una por una todas las carcajadas de aquel vuelo, pero, para no desvelar secretos y animar a la lectura, voy a intentar resumirlo en una frase que copio de la página 31: «toda la audiencia también dormía porque de madrugada sólo había programas culturales». ¡Qué pena!, y de qué manera Iwasaki transforma esa pena en humor, una trasformación maestra, con precisión de alambiquero, destilando la realidad por medio de las palabras para mostrarnos frente a nuestros ojos incrédulos el espectáculo de lo absurdo. ¡Fernando!, ¡vente un día para Canarias!, porque entre tanta gala de elección de la reina, tanta capitalidad para San Borondón, y tanto virus insulariendemoniado, te podría dar para otro relato ganador.
Y para terminar, el haiku que escribe uno de los protagonistas, el japonés Makino Yoneyama:
Nagaki yo ya yami
no saki nimo
hikari ha miezu
Que traducido significa:
Noche sin fin,
tampoco veo luz
fuera de la cueva
5 preguntas a Fernando Iwasaki
1. Fernando, no he leído tu ensayo “El descubrimiento de España” que escribiste en 1996, (después de leer «España, aparta de mí estos premios» me han entrado ganas de leerlo) tú que llevas 20 años viviendo en España ¿cuánto de ficción y cuánto de realidad hay en estos relatos?
Los cuentos de «España, aparta de mí estos premios» invitan a la incredulidad, pero en realidad hubo brigadistas japoneses, Moscardó tuvo criados japoneses cuando regresó de Filipinas, Picasso se enamoró en París de la geisha Sadayako, en Japón los cristianos vivieron en la clandestinidad durante 300 años, el apellido «Japón» de Coria del Río nació de una embajada japonesa de 1614, existen los chefs japoneses especialistas en cocina vasca y hay flamencos japoneses como para organizar tres festivales. Si a eso le sumamos que en Ardales gobierna una coalición de Falange-Izquierda Unida y que en Tokio hay una universidad jesuita donde se imparten clases en euskera, no veo por qué tenemos que dudar del sentimiento bético nipón.
2. ¿Toda la audiencia duerme porque de madrugada sólo ponen programas culturales, o sólo ponen programas culturales de madrugada porque es cuando la audiencia duerme? En la feria del libro de Guadalajara de 2006 te escuché decir: «es cierto que en España se lee poco, pero que nunca en este país se ha leído tanto». ¿Son esas las dos Españas de las que hablas en el prólogo? ¿qué peso tiene cada una de ellas?
Nunca se ha leído más en toda la historia mundial de la lectura, pero eso no quiere decir que todo el mundo lea a Proust, Joyce o Nabokov. Una cosa es la lectura y otra muy distinta la literatura. Los seguidores del «Hola» y el «Marca» también son lectores y los libros sobre templarios, catedrales, reliquias, vampiros y cocineros se venden por millones. ¿Eso es bueno? Por supuesto que sí, porque gracias a los best-sellers las editoriales nos pueden publicar a los worst-sellers. Yo nunca estaré entre los autores más vendidos, pero estoy entre los más saldados. A esa España es a la que quiero pertenecer: a la que se ríe de sí misma.
3. ¿Cuántas carcajadas has echado, tú solo, mientras escribías? ¿Alguien se ha sentido ofendido al leer «España, aparta de mí estos cuentos»?
Me he reído muchísimo, y sobre todo con lo que se ha quedado fuera del libro. Todavía no me he enterado si hay gente ofendida, pero el humor del libro es bastante blanco. No obstante, seguro que no tardaré en enterarme.
4. Tú eres peruano, los protagonistas principales de los cuentos de «España, aparta…», son japoneses, ¿tiene que venir alguien de fuera para decirnos cómo somos?
No, porque a un peruano nadie le echaría cuenta. Sin embargo, un japonés empeñado en ser vasco, catalán y andaluz jamás pasaría desapercibido.
5. ¿Qué hace uno si le regalan una estatuilla de Lladró del Langostino de Sanlúcar?
Colocarla junto a la tele con la muñeca flamenca o al lado del mueble-bar del torito de felpa con las banderillas, muy cerca de nuestra colección de discos de Camilo Sesto.
Posdata: Y para “desternillarse de miedo” muy recomendable, los microrelatos de Ajuar Funerario, también de Fernando Iwasaki.

Un libro divertidísimo, una lúcida sátira y, sobre todo, un ejercicio de estilo magistral. A mí me deparó momentos inolvidables, igual que me ocurrió con “Ajuar funerario”. No iba en avión. Iba en guagua a un centro penitenciario, pero el problema con las carcajadas era similar. Gracias, Pablo, por traernos las palabras de Iwasaki y por recordar a los lectores esta delicia de libro.