Giovanna Rivero, excelsos relatos.

Escribe Giovanna Rivero: «Los leía para temblar. Con el dedo índice recorría esos poemas para que no se le escapara ninguna letra, tan breves y brillantes eran…». De la misma manera que la señora Keiko, uno de los personajes de “Tierra fresca de su tumba”, leía esos poemas breves y brillantes, podemos leer nosotros estos perturbadores relatos: despacito, casi siguiendo cada frase con el dedo índice, paladeado cada palabra, comprendiendo la profundidad, el abismo al que nos asoman, saboreando los múltiples hallazgos que nos regala su prosa.

Leer «Tierra fresca de su tumba» también podría hacernos temblar. Hay en estos relatos una realidad desgarradora, un extraordinario despliegue literario, un lirismo excelso.

Los Relatos

Relatos que tratan sobre una acuciante necesidad de venganza, sobre como ésta resulta mucho más poderosa que la piedad si vives con los pies metidos en un charco sucio. «¿En tu religión está prohibido matar, ¿no?», le pregunta el indio a uno de los protagonistas, y con esa frase ya está descubriendo todo un imaginario en quien precisa escuchar algo como eso.

Relatos que tratan sobre el horror, ser perseguido por la mara Salvatrucha, «estar condenado a oír un permanente siseo de víboras que penetra en los oídos en formas de pesadillas terribles».

Relatos que tienen la estética de una película japonesa, donde la señora Keiko enseña la técnica del origami a las reclusas de una prisión. La delicadeza de las figuritas de papel, la sutileza de los pliegues en las manos de unas mujeres que asesinaron a alguien. El simbolismo, la tensión, parece que en las historias de Giovanna Rivero en cualquier momento todo podría saltar por los aires.

Relatos que tratan sobre la emigración, la distancia, la transformación y el posible o imposible regreso, «acercarse a la madre, para reconectar lo que fuera que alguna vez habíamos tenido entre nosotras, más allá, claro, del amor tácito que suponía deberes. ¿Ternura? ¿Nostalgia? No había nada allí, un resto, una emanación o una sombra que merecieran tales sentimientos».

Y qué decir de “Piel de asno”, quizás mi favorito, sobre cómo el góspel fue capaz de rescatar a un ser al borde del abismo, el góspel como «una mano bondadosa que la había agarrado como a un cachorro del cuero del pescuezo para rescatarla de la profundidad de una ciénaga». Qué terrible historia, qué dolorosa y qué bien contada la de Nadine, Daniel y tía Anita.

¿Y qué ocurre tras su lectura?

Ocurre que estoy de acuerdo con lo que han dicho sus editores de Candaya: que a pesar de la dureza de todo lo narrado, a pesar del dolor, de la injusticia, de la desigualdad, de la pobreza, de la desesperación, del alcoholismo, de la homofobia, de la violencia, uno termina la lectura de «Tierra fresca de su tumba» experimentando una sensación parecida a la paz.

A mí me ha sucedido exactamente lo mismo.

¿Cómo es posible que pueda acontecer esto tras la lectura de tan perturbadores relatos? Solo se me ocurre una respuesta: la belleza con la que está contado, como si la belleza de la prosa de Giovanna Rivero nos sanara las heridas que ella misma nos había generado.


Y tuve la oportunidad de hablar con Giovanna Rivero, lo que me ha permitido conocer el fondo, lo que habita, lo que late bajo la epidermis de esta estupenda escritora. Aquí puedes acceder a nuestra conversación.

giovanna rivero

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