Yo no soy ningún experto en cine, más allá de alguien al que le gusta ver determinado tipo de películas, sobre las que, además, tampoco apenas he escrito; en este intermitente blog creo recordar que solo he publicado alguna reseña tras ver las impresionantes Babel y Birdman de Alejandro González Iñárritu o Midnight in Paris de Woody Allen. Bueno, por ahí van los tiros…
Y sin ser un experto, imagino que la manera y el lenguaje de rodar un corto o un largo serán completamente distintos, al igual que sucede en la literatura, que la manera de escribir un relato corto nada tiene que ver con la de escribir una novela. Acudo al tópico que siempre se utiliza en la literatura para explicar esta cuestión: el relato corto tiene que ganarte por KO, mientras que la novela debe hacerlo por puntos. Supongo que a los cineastas le ocurrirá lo mismo.
Y bajo esa lógica, de que en un relato corto todo lo que se escriba debe tener un fin específico con la idea única que se quiere transmitir para que la historia sea redonda, me animo a opinar sobre el catálogo Canarias Corto 2020 que vi el pasado viernes en la estupenda sala de la Casa de la cultura en el parque La Granja. Y lo hago porque me ha interesado lo que he visto, porque creo que hay talento en los directores que he escuchado hablar en el debate, gente que sabe lo que hace y cómo lo hace. Y cuando eso sucede creo que no debe pasar desapercibido, que el esfuerzo y el talento que han puesto en cada corto genere algún tipo de reacción. Necesidad vital de escritor, supongo.
Los cortos:
Me ha gustado de Zapato roto (Domingo de Luis) la atmósfera recreada, que refleja el ambiente rural y rudo, y el drama de los protagonistas, creo que una escena sobre una discusión familiar que se escucha pero que no se ve es lo mejor del relato, el punto clave de lo que se cuenta al imaginarnos lo que ocurre dentro. Además de la escena final, con ese primer plano del padre, ese rostro ajado, donde se aprecian hasta las verrugas de los párpados como si fuesen una metáfora de su derrota. Por otro lado creo que quizás ha faltado más de dramatismo en alguna de las escenas que pretenden mostrar la frustración del niño, no en él, que está correcto, con esa mirada, sino que me dio la impresión de que para que fuera un relato redondo, donde todo el contenido tuviera la misma intensidad, ahí faltaba algo.
Océano (Fernando García Montero) me ha parecido un buen trabajo. La atmósfera, la protagonista, su conflicto interior, su soledad pese a estar todo el día colgada del móvil, lo que se muestra y lo que el lector, el espectador, tiene que imaginar, la conversación por teléfono con la madre que acrecienta el conflicto del personaje. Creo que es un relato redondo, y solo me ha despistado la última escena, que si bien utiliza un elemento anterior, me ha parecido, por el lugar en el que sucede, que tiene un toque surrealista en un corto donde no había aparecido nada de surrealismo.
Selfi (Naira Sanz Fuentes) probablemente sea la propuesta más arriesgada, un corto conceptual que, aunque aprecio la idea y el riesgo en su elaboración, personalmente no me ha llegado. Quizás me vea influenciado por el hecho de que haya estado dos veces en ese lugar de Chicago donde se sucede la narración, frente a esa escultura de reflejos convexos a la que yo también me acerqué en esas dos ocasiones a hacerme un selfi, como dice el título del corto. Es un lugar fantástico, el espacio urbano y el arte funcionan perfectamente como atractor de gentes, cuando estuve allí me llamó la atención la cantidad de personas que se acercaba a la escultura, las diversidad cultural de todos los que por allí pasaban, las conversaciones que mantenían, cómo se aproximaban y reaccionaban frente a sus reflejos, y por eso me ha dejado un poco frío (aunque aprecie la intención y el enfoque escogido) la voz que se escucha a lo largo de todo el corto; no la relaciono con el lugar. Ya sé que no soy objetivo, mi experiencia personal en ese espacio nada tiene que ver con el uso que de él quiera hacer la directora, pero no pude abstraerme.
Las grietas (Valentino Raffaele Sandoli) me parece un trabajo distinto a los anteriores, en el que los diálogos tienen más protagonismo en comparación con los otros cortos en los que prima más el mostrar lo que sucede. Me han gustado las grietas que produce en la familia la enfermedad del padre, como una pared que se resquebraja, la tensión que viven los protagonistas. Al igual que en Zapato Roto, utiliza acertadamente el recurso de no mostrar al padre, para que el lector, el espectador, tenga que imaginarlo. Pensando en el trabajo una vez finalizado (dijo Naira Sanz en el debate que le interesaba mucho lo que producía cada historia no en el momento de verla, sino posteriormente, si era capaz de que el espectador reflexionara sobre ella días después) creo que quizás le falte algo en la escena inicial del supermercado, no sé si anuncia o contextualiza bien lo que va a suceder a continuación. Lo dicho, que en el relato corto cada palabra deba tener un significado preciso relacionado con la historia.
Con Los espacios confinados (Razzak Ukrainitz), me pasa algo parecido que con Selfi, aprecio la fuerza de las imágenes de los judíos ortodoxos recitando la Torá y de los millones de musulmanes apelotonados en La Meca. Son unas imágenes impresionantes y sugerentes de dos comunidades tradicionalmente enfrentadas, supongo que lo que se nos quiere contar es que son espacios propios que los encierran en espacios confinados. Busco una definición de espacio confinado y Wikipedia me devuelve esto: “recinto confinado es aquel que dispone de aberturas de entrada reducidas, una ventilación natural desfavorable y no está concebido para permanecer en su interior. Por ello, puede presentar una atmósfera irrespirable y albergar gases, vapores o partículas tóxicas o inflamables”. Aunque personalmente no termino de conectar con la animación que utiliza en buena parte del trabajo.
Fuera de campo (Adriana Thomasa y Pablo Vilas Delgado) me ha encantado, todo lo que muestran esas imágenes de lo que sucede en algún lugar de Chile alrededor de un partido de fútbol que en ningún momento se ve. El lugar tremendo, tremebundo más bien; las personas que lo pueblan, su particular cotidianidad de domingo, los niños saltando sobre un cauce seco lleno de viejos neumáticos y escombros, la conversación entre un hombre negro (en el debate supe que era haitiano) y el viejo fotógrafo era deliciosa pese a ocurrir (o precisamente por eso) junto a un sillón destrozado y abandonado y una pared desconchada; la escena del animal abierto en canal pudriéndose y los niños es sobrecogedora, las ventanas con las luces encendidas por la noche en donde se retiran los protagonistas al fin del día. Estupenda la cámara mostrándonos a modo de documental aquella realidad.
Grietas (Alberto Gross Molo), como su título apunta, se me parece a Las Grietas de Valentino Raffaele Sandoli, en el sentido de que los diálogos tienen mayor protagonismo en la historia con respecto a los otros cortos. Creo que también es un buen trabajo, el conflicto que viven los niños y la abuela, las grietas en la pared generadas por la separación de los padres que se hacen más alargadas al alcanzar a los hijos; unos padres que no se ven, pero de los que sabemos a través de los diálogos de los protagonistas. Lo que comentaba sobre la primera escena del supermercado en el corto de Sandoli aquí se muestra con fortaleza, la pelea del adolescente en el colegio anuncia y se integra perfectamente en lo que después va a venir, de tal manera que se abre, se desarrolla y también se cierra bien el relato.