Acabo de terminar de leer «La aventura de pensar», un ensayo de Fernando Savater en el que repasa los que para él son los principales filósofos de la historia de Occidente. De todos ellos con el que me sentía más familiarizado (además de con la alegoría de la caverna de Platón) era con Shopenhauer (1788-1860), ya que lo había utilizado como lectura de fondo en una de mis novelas. El pesimismo de Shopenhauer y la naturaleza positiva del dolor: el destino del hombre, dice el autor alemán, es el dolor, como así nos muestra la historia de los pueblos, plagada de continuas guerras, insurrecciones, violencia, pobreza y otras desgracias. Ese dolor acrecienta el sentimiento de medida, si bien no somos capaces de sentir la salud de nuestro cuerpo, sí que somos perfectamente conscientes del diminuto lugar donde nos aprieta un zapato. Es decir, no somos conscientes cuando nada nos duele, cuando todo va bien, cuando somos felices, y sí adquirimos una mayor conciencia cuando sucede lo contrario. Por tanto somos más sensibles al dolor que al goce, y ese dolor nos conduce al conocimiento, a ser conscientes de la realidad a la que nos enfrentamos cuando algo nos falta.
Si trasladáramos, dice Shopenhauer, al género humano a un país de utopía, donde todo creciera espontáneamente y los pichones volaran ya asados, donde cada persona hallara su ideal sin que nada le costase obtenerlo, la arrogancia se exaltaría, si no hasta reventar, sí hasta el extremo de que asistiésemos a la manifestación de la más desatada y frenética locura. En ese país, arrojados al tedio más desolador, muchos morirían de aburrimiento, o se colgarían de un árbol, o se dedicarían a luchar entre sí. Por tanto, continúa el filósofo alemán, todo el mundo precisa de una cierta dosis de preocupación, de dolor, de precariedad, tal y como precisa el barco de lastre para navegar con rumbo firme y sereno.
Ese es para Shopenhauer el carácter negativo del bienestar y del placer por oposición al carácter positivo del dolor.
Todo esto lo decía Shopeanhauer en el siglo XIX. Quizás esa sociedad utópica de la que hablaba sea la sociedad occidental a la que hemos llegado después de la segunda guerra mundial (y preciso occidental, recuerdo a un humorista proveniente de un país africano en conflicto participando en un programa de la televisión inglesa durante la crisis financiera de 2008, decía que había llegado a Europa asustado por todo lo que escuchaba de la crisis en las noticias pero, después de pasearse por sus ciudades, ¿de verdad que aquello era una crisis? ¿Dónde estaba la Cruz Roja, dónde estaba Unicef? No veía tanques por las calles, ni disparos en las paredes, ni campos de refugiados). Esa sociedad utópica que conduce a los hombres a dejarse fácilmente llevar, dice Shopenhauer, como el agua del riachuelo que no encuentra obstáculos a su paso capaz de hacerle formar remolinos…, ¿hasta que llegó el coronavirus?
Poniéndome un poco tremendista, quizás en los futuros libros de historia se hable del periodo de 1945 al 2020, apenas setenta y cinco años de la historia de la humanidad, como hablamos ahora de los felices años 20, aquella época en la que nuestros predecesores se desquitaban de la primera guerra mundial hasta que llegó el Crack del 29 y su posterior gran depresión. Algunos autores han apuntado que ello fue lo que originó el descontento de la sociedad alemana, que elevó a Hitler al poder, y por consiguiente condujo a la segunda guerra mundial. ¿Estaríamos entonces con este covid-19 de nuevo frente al doloroso destino de la humanidad del que hablaba Shopenhauer? Evidentemente esa pregunta es casi un brindis al sol, ya dije al principio del párrafo que me estaba poniendo un poco tremendista; creo que casi todos suponemos (y deseamos) que el coronavirus no nos va a conducir a consecuencias tan graves como aquella.
Pero sí suponemos todos que otras cosas van a ocurrir, aunque no tengo ni idea cuáles. Quiero pensar que se encontrará la vacuna y que el mundo volverá poco a poco a una supuesta normalidad, pero imagino (como imaginamos todos) que este desplome económico, este sentimiento de dolor, de miedo, de incertidumbre que está generando el Covid-19 sí servirá para algo. No voy a opinar sobre asuntos sobre los que están opinando gente mucho más versada que yo: la creación de un gobierno supranacional, la colaboración mundial como manera de afrontar retos globales, cuestiones relacionadas con la producción y el movimiento de personas para permitir la regeneración del medioambiente, la marcha atrás de la globalización y las medidas de recuperación económica; el teletrabajo y la aceleración del mundo virtual; el discurso del miedo, el control público y la restricción de las libertades; en fin, todos estos asuntos que estamos leyendo estos días.
Pero sí me gustaría que cambiaran otras cuestiones relacionadas con las prioridades…, reflexionando sobre ello me encontré hace unos días con una entrevista al filósofo Emilio Lledó en El País; en muchos aspectos, decía Lledó, la humanidad estaba metida en una caverna de oscuridad y sombras, la alegoría de Platón, el deterioro de la educación, la cultura y el conocimiento. Ojalá que el carácter positivo del dolor de esta crisis nos lleve también a cambiar prioridades, a ser conscientes de lo que realmente es importante: el interés que la sociedad en general le otorga a los científicos y a la ciencia por encima, por ejemplo, de la que le otorga a los futbolistas y al fútbol. De la importancia de los médicos, enfermeros, profesores por encima, por ejemplo, de muchos tertulianos, concursantes y demás famoseo. De lo crucial de la lectura, la capacidad de concentración y el conocimiento por encima, por ejemplo, del mal uso de las redes sociales, el desbordamiento de memes y los grupos de Whastapp 24 horas. El interés de la sociedad por priorizar y valorar el pensamiento y la cultura por encima de lo que es, la mayoría de las veces, el vacío entretenimiento. Esa manera de salir de muchas cavernas.