Mandíbula, de Mónica Ojeda, una novela poderosa

La escritora ecuatoriana, Mónica Ojeda, demuestra su dominio de la técnica literaria.

La ha estudiado, y sabe manejarla a la perfección. Es el suyo un estilo arriesgado, pero si está bien escrito, como lo está, magníficamente, atrapa a cualquiera. Por tanto, una delicia leer a Mónica Ojeda, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta.

Cómo lo cuenta.

La estructura de la novela, el tono, los ritmos, los puntos de vista: una adolescente aparece secuestrada en la cabaña de un bosque, es una de las chicas que vemos desafiando a unos chicos de su edad en una fiesta —cuyo capítulo es un monumento a la literatura—, la misma joven que discurre con madurez en las intensas conversaciones en la consulta con su psicólogo; también la encontramos en el edifico decrépito y abandonado, junto a Annalise y el resto de sus amigas, con las que se reúne para realizar sus ritos endemoniados.

Y la atmósfera (los volcanes –vivimos en una caldera, este país tiene casi un centenar de volcanes y más de veinte están activos-, el conejo muerto sobre la mesa, el cocodrilo que merodea en la ciénaga junto al edifico, las serpientes, el revolver…).

Y el lenguaje, la prosa poética, a veces surrealista, «había traspasado, a conciencia, una frontera misteriosa en donde creyó que se encontraría cara a cara con sus propios límites. Pero más allá de la borrasca solo estaba la borrasca y una mordida fresca todavía esperándola».

Mónica Ojeda.

Y la manera en la que hablan las chicas, ese lenguaje cautivadoramente adolescente que te engancha, que te gusta escuchar. Y las comparaciones “Clara se veía a sí misma diluyéndose en el personaje materno igual que una gota de sangre sobre otra gota de sangre”. “Se estiraba para acariciar el revólver como si fuera la cabeza da un gato“.

Y la mezcla de voces y de tiempos: paladeamos su literatura. Y la generación de la intriga, cómo va poco a poco, en los momentos precisos, ofreciéndonos las pistas, planteando las preguntas certeras que nos hacen avanzar a la siguiente página, al siguiente capítulo.

Mónica Ojeda es una escritora virtuosa. Leyéndola me hizo sentir como me sentí hace doce años, cuando descubrí las magníficas novelas de Juan Gabriel Vásquez: Los amantes de todos los Santos o Historia secreta de Costaguana y que reseñé allá por 2008 y 2009 en este mismo blog. El tiempo pasa y aquí seguimos, descubriendo nuevas novelistas, amando aún más la buena literatura…

Y después está lo que cuenta.

Mandíbula no me ha parecido una historia de terror, como se ha comentado en alguna de sus reseñas, sino que creo que es una novela sobre el alma humana. Su trama gira en torno a un grupo de chicas adolescentes y las relaciones entre ellas, de singularización, de dominación, de dependencia. Unas chicas con personalidades en construcción, en donde radica la fuerza de la adolescencia. La construcción de las personalidades es uno de los temas que más me interesa en la literatura, uno de los temas recurrentes en todas mis novelas.

Pero no solamente las relaciones entre ellas, también está muy presente la relación de las tres principales protagonistas con sus madres, relaciones conflictivas, devoradoras, alejadas de lo que teóricamente se supone (si acaso podemos suponerlo) que es una relación de madre e hija.

Extraigo este texto: «La belleza es la primera manifestación de lo terrible, cuando la idea del bien y el mal desaparece lo único que queda es la naturaleza y su violencia». «En este mismo momento, en alguna parte del globo terráqueo, hay mujeres a las que se le está cortando el clítoris, niños vendidos, personas estallando en pedazos o ahogándose en el océano, y nada de eso tiene que ver con el mal, sino con la naturaleza humana». «Siento ganas de convertirme en algo peor de lo que soy. Pienso y siento cosas que no pensaba ni sentía cuando era una niña. Cosas malas y sucias. Cosas que podrían lastimar a otros. Cosas que salen de mi misma y que me asustan…».

Todo ello es abyecto, y es poderoso, y es atrayente, como la lectura de esta novela.

Me ha gustado mucho cómo se describe el descubrimiento del cuerpo por parte de la adolescente, su sexualidad, y cómo esa condición de mujer puede fomentar el miedo, en este caso en el personaje de Clara, la profesora de las chicas «miedo a la calle, en donde había tanta gente dispuesta a mirarla, o a decirle cosas que ella no quería oír. O esas noches en las que aseguraba la puerta de su habitación, dos, tres, cuatro veces en menos de una hora, que estaban pobladas de los sonidos que Clara veía con los ojos cerrados, el pestañear de un ojo que la miraba dormir a través del hueco de la cerradura».

Y también me ha interesado la descripción de la sociedad «pituca», que observo que en Ecuador, en Guayaquil, donde se desarrolla la novela, comparte mucho de lo que descubrimos en la sociedad pituca del Perú en las novelas de Vargas Llosa. La literatura de Ojeda me recuerda a esa literatura deslumbrante del premio Nobel.

Pero también lo que me gustó menos…

Y lamentablemente, cuando toda la novela estaba suponiendo una fiesta de la literatura, me encontré con cosas que me gustaron menos: un magnífico ensayo escrito por una adolescente, con tal madurez y hondura, que me resulta difícil creer que haya sido escrito por una chica de quince años (aunque se intente justificar después); parece que es más la voz de la autora que la de su protagonista. O unos últimos capítulos que me parecieron demasiado fragmentados (escribir de esta manera también conlleva sus riesgos). O un último capítulo cuyo tono me pareció que no estaba de acorde con lo que habíamos visto hasta ahora de ese personaje.

En todo caso pequeños imprevistos que no desmerecen en nada a una poderosísima escritora, Mónica Ojeda, a la que, sin duda, seguiré leyendo en el futuro.


Posdata impertinente: Y que me perdonen los amigos de la editorial Candaya, una errata, en la página 29, aparece escrito Khalo en lugar de Kahlo. Siento la impertinencia, pero la musa de mi primera novela sigue ejerciendo una poderosa influencia en mí. Estupendo guiño que hace Ojeda sobre la «columna rota» de la madre de una de las protagonistas. Donde está Frida Kahlo (salvo cuando aparece en las fundas de los cojines), siempre hay tensión.

La columna rota, obra de Frida Kahlo.

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