
Arizona, de Delirium teatro: biblias y rifles.
Ambientada en la frontera entre EEUU y México, la obra de teatro “Arizona” me llevó a acordarme de Boyhood, esa estupenda película que retrata la vida de un niño de Texas desde su infancia hasta su mayoría de edad. En ella hay un momento que recuerdo con absoluta nitidez, ¡cómo para olvidarlo! El día en que el protagonista cumple la mayoría de edad sus abuelos le tenían preparado un regalo muy especial que le entregaron en un acto ceremonioso para el que parecía que se hubieran estado preparando toda la vida. El abuelo llama al nieto a su lado y procede con la entrega oficial de su valioso legado familiar: una biblia y un rifle. Ahí queda eso.

Arizona, de la compañía canaria Delirium teatro, está ambientada en el proyecto Minute Man, un movimiento surgido en EEUU por el cual civiles norteamericanos se organizaron para defender, armas en mano, la frontera con México. En 2006 llegaron a tener 531 voluntarios patrullando los territorios fronterizos. En Arizona (interesantísimo texto de Juan Carlos Rubio), aparece retratada una tipología de norteamericano supremacista, machista, fanático, ferviente creyente de su religión (de su biblia y de su rifle), poseedor firmemente convenido de su única verdad.

Es obviamente éste un asunto que no pertenece solo a EEUU, sino que se reproduce en todas partes, en Europa, en España y en Canarias. Un tema tan absolutamente complejo como es la inmigración (y la integración en la sociedad de acogida) y para el cual es tan difícil tener una opinión única, siendo tantísimos los factores que influyen, tantas consideraciones que hay que tener en cuenta.
Con el objetivo de indagar sobre esa cuestión leí hace unos años, Éxodo, excelente ensayo del economista de la London School of Economics, Paul Collier (que reseñé en este mismo blog). Me pareció un trabajo excelente, muy interesantes reflexiones que me ayudaban a conformarme una opinión. Días más tarde, indagando sobre ese ensayo, leí una crítica de otro reputado profesor inglés en la que desbarataba sus principales argumentos, y con los que tampoco estaba en desacuerdo, sino que también me parecían razonables…

Miedo al otro versus conocer al otro.
Independientemente de lo complejo de este asunto, hay un tema común en la actitud que representa George, el protagonista masculino de Arizona, que no es otro que el desconocimiento y el miedo al otro, serpientes que nos vienen a robar lo nuestro (según le dice a su esposa Margaret cuando ésta empieza a plantearse ciertas preguntas).
Una asignatura pendiente, conocer al otro, sin ese conocimiento es difícil comprender y actuar en cuestiones de esta relevancia.
Es lo que traté de hacer en mi novela Tal vez Dakar, una visión sobre Senegal, sobre África, en la que decidí no tratar el tema de la emigración, sino, precisamente, el de conocer al otro: su cultura, su sociedad, su idiosincrasia. Promover el conocimiento mutuo, entender distintos puntos de vista, punto de partida para formarse una opinión, para tomar decisiones. No podemos vivir en Canarias y desconocer todo sobre África, sobre lo que nos espera en el futuro, África duplicando su población y nosotros tan cerca de ellos.
Hay un momento en Arizona que me parece clave, cuando George, espoleado por su única verdad le dice a Margaret: no podemos dudar, no podemos dudar en esto. Yo, sin embargo, estoy más de acuerdo con la filosofía de la canción «Frontera» de Jorge Drexler, a la que acudo de vez en cuando como si se tratara de una especie de himno, y que dice lo siguiente: «el mundo está como está, por causas de las certezas, el mundo está como está, por causa de las certezas, la guerra y la vanidad, comen de la misma mesa, la guerra y la vanidad, comen en la misma mesa».

Siguiendo con la letra de esa canción, es así como a mí me gusta verlo: la frontera, a pesar de todas las dificultades, como un lugar de confluencia, de intercambio, de aportaciones mutuas, de enriquecimiento.
Interesantísima obra de Delirium, magnífico trabajo en todo momento de dos experimentados actores, que nos lleva una vez más a reflexionar y a no olvidar este complejo asunto que marcará la realidad política de las próximas décadas, por mucho que queramos postergarlo, o incluso, a veces, olvidarlo..
Y no podía faltar Antonio Lozano.
Por supuesto, merecidísima dedicatoria final, a la mejor persona a la que podría estar dedicada una obra como esta, al extraordinario ser humano, comprometido escritor, valiente personalidad, magnífico amigo. Antonio Lozano (aquí el decálogo sobre él que escribí el día de su tristísima despedida) que ha promovido estas reflexiones a través del teatro y de la literatura durante más de 30 años; probablemente la persona que más haya trabajado por la tricontinentalidad de Canarias.

Emocionante que Delirium, con esta estupenda obra, lo haya así homenajeado.
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